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Nociones preliminares por Allan Kardec (página 2)



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No podemos omitir una categoría que llamaremos la de los "incrédulos por decepciones". Comprende las personas que han pasado de una confianza exagerada a la incredulidad, porque han probado contrariedades; entonces desanimados, todo lo han abandonado, todo lo han desechado. Están en el caso de aquel que negaría la buena fe, porque habría sido engañado. Esto es también el resultado de un estudio incompleto del Espiritismo, y de falta de experiencia. El que está sofisticado por los Espíritus, generalmente es porque les pide lo que no pueden o no deben decir, o porque no está bastante ilustrado sobre la cosa para discernir la verdad de la impostura. Muchos, por otra parte, no ven en el Espiritismo sino un nuevo medio de adivinación, y se imaginan que los Espíritus son hechos para decir la buenaventura; pero los Espíritus ligeros y burlones se presentan y se divierten a sus costas: así es que ellos anunciarán marido a las jóvenes solteras; a los ambiciosos, honores, herencias, tesoros ocultos, etc.; de ahí muchas veces decepciones desagradables, pero de las cuales el hombre serio y prudente sabe siempre preservarse.

Una clase muy numerosa, la mayor de todas, pero que no podría colocarse entre los opositores, es la de los que "vacilan"; éstos son generalmente "espiritualistas" por principio, entre la mayor parte hay una vaga intuición de las ideas espiritistas, una aspiración hacia alguna cosa que no pueden definir; sólo falta a sus pensamientos el ser coordinados y formulados; el Espiritismo es para ellos como un rayo de luz: es la claridad que disipa la niebla: así es que lo acogen con ahínco, porque les libra de las angustias de la incertidumbre.

Si desde este punto echamos una ojeada sobre las diversas categorías de creyentes, encontraremos en primer lugar los "espiritistas sin saberlo"; propiamente hablando ésta es una variedad o matiz de la clase precedente. Sin haber oído jamás hablar de la Doctrina Espiritista, tienen el sentimiento innato de los grandes principios que se deducen, y este sentimiento se refleja en ciertos pasajes de sus escritos y de sus discursos, a tal punto que oyéndoles se les creería completamente iniciados en él.

Muchos de éstos ejemplos se encuentran en los escritores sagrados y profanos, en los poetas, los oradores, los moralistas, y los filósofos antiguos y modernos.

Entre los convencidos por medio de un estudio directo pueden distinguirse:

1º Los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. El Espiritismo es para ellos una simple ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; a éstos les llamaremos "espiritistas experimentadores".

2º Los que ven en el Espiritismo otra cosa más que los hechos; comprenden la parte filosófica; admiran la moral que se deduce, pero no la practican. Su influencia sobre su carácter es insignificante o nula; nada cambian en sus costumbres, y no se privarían de un solo goce; el avaro es siempre miserable, el orgulloso siempre lleno de sí mismo, el envidiado y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana sólo es una bella máxima: éstos son los "espiritistas imperfectos".

3º Aquellos que no se contentan con admirar la moral espiritista, sino que la practican y aceptan con todas sus consecuencias. Convencidos que la existencia terrestre es una prueba pasajera, procuran sacar provecho de sus cortos instantes para marchar en el camino del progreso, el único que puede elevarles en la jerarquía del mundo de los Espíritus, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción les aleja de todo mal pensamiento. En todas sus cosas la caridad es la regla de su conducta: éstos son los "verdaderos espiritistas" , o mejor dicho, los "espiritistas cristianos".

4º Hay, en fin, los "espiritistas exaltados". La especie humana sería perfecta si sólo tomara siempre la parte buena de las cosas. En todo, la exageración es dañosa; en Espiritismo da una confianza demasiado ciega y a menudo pueril en las cosas del mundo invisible, y hace aceptar, muy fácilmente y sin comprobación, lo que la reflexión y el examen demostrarán lo absurdo y la imposibilidad; pero el entusiasmo no reflexiona, ofusca. Esta especie de adeptos es más dañosa que útil a la causa del Espiritismo; éstos son los menos a propósito para convencer, porque se desconfía con razón de su criterio, son, de muy buena fe, el juguete, ya de los Espíritus mixtificadores, ya de los hombres que procuran explotar su credulidad. Si ellos debían sufrir solos las consecuencias, el mal sería a medias; lo peor es que dan, sin querer, armas a los incrédulos que buscan con ahínco más bien las ocasiones de divertirse que de convencerse, y no dejan de atribuir a todos el ridículo de algunos. Ciertamente esto no es ni justo ni racional; pero ya se sabe, los adversarios del Espiritismo sólo reconocen su razón como la más elegida, y conocer a fondo aquello que hablan, es el menor de sus cuidados.

Los medios de convicción varían extremadamente según los individuos; lo que persuade a los unos, nada produce sobre los otros; tal se convence por ciertas manifestaciones materiales, tal por comunicaciones inteligentes, y el mayor número por el razonamiento. Aún podemos añadir que para la mayor parte de aquellos que no están preparados por el razonamiento, los fenómenos materiales son de poco peso; cuanto más extraordinarios son estos fenómenos y más se separan de las leyes conocidas, más oposición encuentran, por una razón muy sencilla, y es que conduce naturalmente a dudar de una cosa que no tiene una sanción racional; cada uno la mira desde su punto de vista y se la explica a su manera: el materialista ve en ella una causa puramente física o una superchería; el ignorante y el supersticioso, una causa diabólica o sobrenatural; mientras que una explicación previa tiene por efecto destruir las ideas preconcebidas, y demostrar, sino la realidad, al menos la posibilidad de la cosa; se la comprende antes de haberla visto; pues desde el momento que se reconoce la posibilidad, la convicción está hecha en tres cuartas partes.

¿Es útil tratar de convencer a un incrédulo obstinado? Hemos dicho que esto depende de las causas y de la naturaleza de su incredulidad; a menudo la insistencia que se pone en persuadirle le hace creer en su importancia personal, y es una razón para que se obstine más. Aquel que no se convence ni por el raciocinio ni por los hechos, es porque debe sufrir aún la prueba de la incredulidad; es menester dejar a la Providencia el

cuidado de conducirle por circunstancias más favorables; bastantes son los que desean ver la luz para que no se pierda el tiempo con los que la rechazan; dirigíos, pues, a los hombres de buena voluntad, cuyo número es más grande de lo que se cree, y su ejemplo multiplicándose vencerá más resistencias que las palabras. El verdadero espiritista no faltará nunca en practicar el bien, aliviar corazones afligidos, dar consuelo, calmar desesperaciones, obrar reformas morales, ahí está su misión; en esto encontrará también su verdadera satisfacción. El Espiritismo está en el aire; se extiende por la fuerza de las cosas y porque hace dichosos a aquellos que lo profesan. Cuando sus adversarios sistemáticos le oigan resonar a su alrededor, entre sus mismos amigos, comprenderán su aislamiento, y se verán obligados a callarse o a rendirse.

Para proceder en la enseñanza del Espiritismo como se hace con las ciencias ordinarias, sería necesario pasar revista a toda la serie de fenómenos que pueden producirse, empezando por los más sencillos y llegando sucesivamente hasta los más complicados; pero esto es lo que no se puede, porque no es posible hacer un curso de Espiritismo experimental, como se hace un curso de física o química. En las ciencias naturales se opera sobre la materia bruta, que se manipula a gusto y se está casi siempre cierto de poder regularizar los efectos; en el Espiritismo tiene uno que habérselas con inteligencias libres, y nos prueban a cada instante que no están sometidas a nuestros caprichos, es menester, pues, observar, esperar los resultados; aprovechar las ocasiones. Decimos además, con toda convicción que "el que se lisonleare en obtenerlas por su voluntad, no puede ser más que un ignorante o un impostor"; porque el verdadero Espiritismo no se pondrá en espectáculo ni se mostrará jamás en escena. Tiene también algo de ilógico el creer que los Espíritus vengan a ser examinados y someterse a la investigación como objetos de curiosidad. Los fenómenos pueden, pues, faltar cuando se tiene necesidad de ellos, o presentarse en otro orden que el que se desea. Añadamos también que para obtenerlos son necesarias personas dotadas de facultades especiales, y estas facultades varían hasta el infinito, según la aptitud de los individuos: luego como es extremadamente raro que una persona tenga todas las aptitudes, es una dificultad de más, porque sería menester siempre tener a la mano una verdadera colección de médiums, lo que no es posible.

El medio de obviar este inconveniente es muy sencillo, es el de empezar por la teoría; en ella se examinan todos los fenómenos; se explican y se da cuenta de ellos, se comprende la posibilidad, se conocen las condiciones en las cuales pueden producirse y los obstáculos que pueden encontrarse, cualquiera que sea entonces el orden en el cual son conducidos por las circunstancias, nada tienen que pueda sorprender. Esta marcha ofrece además otra ventaja, es la de ahorrar una porción de contrariedades al que quiere operar; prevenido contra las dificultades, se puede poner en guardia y evitar el adquirir la experiencia a sus costas.

Desde que nos ocupamos de Espiritismo, no sería difícil manifestar el número de personas que han venido a nosotros, y entre éstas, cuántas hemos visto que habían permanecido indiferentes e incrédulas en presencia de los hechos más patentes, y que más tarde se han convencido por una explicación razonada; cuántas otras han sido predispuestas a la convicción por el razonamiento; cuántas, en fin, han sido persuadidas sin haber visto nada sino únicamente porque comprendieron. Hablamos, pues, por experiencia, y por lo que decimos, creemos que el mejor método de enseñanza espiritista, es el de dirigirse a la razón antes que a los ojos. Este es el que seguimos en nuestras lecciones, y tenemos motivo para quedar satisfechos. ([1])

El estudio previo de la teoría, tiene otra ventaja, es la de mostrar inmediatamente la grandeza del objeto y el alcance de esta ciencia; aquel que debuta viendo girar o golpear una mesa, está más inclinado a la burla, porque difícilmente cree que de una mesa pueda salir una doctrina regeneradora de la Humanidad. Hemos mencionado siempre que aquellos que creen antes de haber visto, sólo porque han leído y comprendido, lejos de ser superficiales son al contrario los que más reflexionan; adhiriéndose más al fondo que a la forma, para ellos la parte filosófica es la principal, los fenómenos propiamente dichos, son el accesorio, y dicen que aún cuando los fenómenos no existieron, no dejaría de quedar una filosofía, que sola resuelve problemas insolubles hasta el día; que sola da al pasado del hombre y de su porvenir la teoría más racional; pues prefieren una doctrina que explica, a las que no explican o explican mal. El que reflexiona comprende muy bien, que se podría hacer abstracción de las manifestaciones y que por eso no subsistiría menos la doctrina, las manifestaciones vienen a corroborarla, a confirmarla, pero no son la base esencial; el observador formal no las rechaza, al contrario, espera las circunstancias favorables que le permitirán ser testigo. La prueba de lo que avanzamos, es que antes de haber oído hablar de las manifestaciones, muchas personas tenían la intuición de esta doctrina, que no ha hecho si no dar un cuerpo, un conjunto a sus ideas.

Por otra parte no sería exacto decir que los que empiezan por la teoría, no tengan objetos prácticos de observación; por el contrario, los hay que a sus ojos deben tener mayor valor que los que puedan producir en su presencia, éstos son los hechos numerosos de las "manifestaciones espontáneas", de las cuales hablaremos en los capítulos siguientes. Hay pocas personas que no tengan conocimiento de éstas al menos de oídas; muchas las han tenido ellas mismas, a las cuales sólo habían prestado una mediana atención. La teoría tiene por efecto darles la explicación de esto mismo; y decimos que estos hechos son de un gran valor, cuando se apoyan sobre testimonios irrecusables, porque no se puede suponer ni preparación ni connivencia. Si los fenómenos provocados no existían, no menos subsistirían los fenómenos espontáneos, y aunque el Espiritismo no tuviese otro resultado que el de darles una solución racional, esto sería ya mucho. Así es que la mayor parte de los que leen por adelantado, transportan sus recuerdos sobre estos hechos, que son para ellos una confirmación de la teoría.

Se formaría un concepto equivocado sobre nuestra manera de ver, si se suponía que aconsejamos el que se desprecien los hechos; por los hechos hemos llegado a la teoría; es verdad que para conseguirlo nos ha sido necesario un trabajo asiduo de muchos años y millares de observaciones; mas ya que los hechos nos han

servido y nos sirven todos los días, seríamos inconsecuentes con nosotros mismos si cuestionáramos su importancia, cuando sobre todo hacemos un libro destinado a hacerlos conocer. Sólo queremos decir, que sin el razonamiento no bastan para determinar la convicción; que una explicación previa destruyendo las prevenciones y mostrando que no tienen nada contrario a la razón, "prepara" para que se acepten. Esto es tan cierto, que de diez personas completamente novicias, que asistieran a una sesión experimental, aunque fuese de las más satisfactorias desde el punto de vista de los adeptos, nueve saldrían sin estar convencidas, y algunas más incrédulas que antes, porque los experimentos no habrán correspondido a lo que esperaban. Otra cosa será en cuanto a aquellas que podrán darse cuenta de las mismas por un conocimiento teórico anticipado: para éstas es un medio de comprobación, pues nada les sorprende, ni el mal resultado, porque saben con qué condiciones se producen los hechos, y que es preciso no pedirles sino lo que pueden dar. La inteligencia previa de los hechos, los pone, pues, en disposición de conocer todas las anomalías, además les permite coger una porción de detalles y pormenores, a menudo muy delicados, que son para él los medios de convicción, y pasan por alto al observador ignorante. Tales son los motivos que nos obligan a no admitir en nuestras sesiones experimentales, sino a las personas que poseen nociones preparatorias bastantes para comprender lo que en ellas se hace, persuadidos de que las otras perderían el tiempo y nos harían perder el nuestro.

A los que quieran adquirir estos conocimientos preliminares por la lectura de nuestras obras, he aquí el orden que les aconsejamos:

1º "¿Qué es el Espiritismo?" Este cuaderno, de un centenar de páginas solamente, es una exposición sumaria de los principios de la Doctrina Espiritista, una ojeada general que permite abrazar el conjunto en un cuadro reducido. En pocas palabras se ve el objeto y se puede juzgar su fondo. Se encuentran en él, además, la respuesta a las principales preguntas u objeciones que están naturalmente inclinadas a hacer las personas novicias. Esta primera lectura, que pide poco tiempo, es una introducción que facilita un estudio más profundo.

2º "El Libro de los Espíritus" , contiene la doctrina completa dictada por los mismos Espíritus con toda su filosofía y todas sus consecuencias morales; es el destino del hombre sin el velo que le cubre, la iniciación en la naturaleza de los Espíritus, y en los misterios de la vida de ultratumba. Leyéndole se comprende que el Espiritismo tiene un objeto serio, y no es un pasatiempo frívolo.

3º "El Libro de los Médiums"; está destinado a dirigir en la práctica de las manifestaciones, por el conocimiento de los medios más propios para comunicar con los Espíritus; es una guía, ya para los médiums, ya para los que evocan, y el complemento del Libro de los Espíritus.

4º "La Revista Espiritista"; es una colección variada de hechos, de explicaciones teóricas, y de fragmentos separados, que completan lo que se ha dicho en las dos precedentes obras y que de cierto modo es su aplicación. La lectura puede hacerse al mismo tiempo, pero será más provechosa y más inteligible, sobre todo después de la del Libro de los Espíritus.

He ahí lo que nos concierne. Los que quieren adquirir todos los conocimientos de una ciencia, deben necesariamente leer todo lo que se ha escrito sobre la materia, o al menos las cosas principales, y no limitarse a un solo autor; deben asimismo leer el pro y el contra, tanto las críticas como las apologías, iniciarse en los diferentes sistemas a fin de poder juzgar por comparación. Bajo este aspecto no preconizamos ni criticamos ninguna obra, no queriendo influir en nada sobre la opinión que de ellas pueda formarse; llevando nuestra piedra al edificio, nos ponemos en las filas: no nos pertenece ser juez y parte, y no tenemos la ridícula pretensión de ser los solos dispensadores de la luz; corresponde al lector separar lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso.

CAPÍTULO IV SISTEMAS

Cuando los extraños fenómenos del Espiritismo empezaron o producirse, o mejor dicho, se han renovado en estos últimos tiempos, el primer sentimiento que excitaron fue el de la duda sobre su misma realidad y aún más sobre su causa. Cuando se ha probado por testimonios irrecusables y por las experiencias que cada uno ha podido hacer, ha acontecido que todos también los han interpretado a su manera, según sus ideas personales, sus creencias o sus prevenciones; de aquí, muchos sistemas que una observación más atenta debía reducir a su justo valor.

Los adversarios del Espiritismo han creído encontrar un argumento en esta divergencia de opiniones, diciendo que los mismos espiritistas no están acordes entre sí. Esta es una razón muy pobre, si se reflexiona que todos los pasos de una ciencia naciente son necesariamente inciertos hasta que el tiempo haya permitido reunir y coordinar los hechos que pueden sentar la opinión; a medida que los hechos se completan y se observan mejor, las ideas prematuras se borran, y la unidad se establece, al menos sobre los puntos fundamentales, si no en todos los detalles. Esto es lo que ha tenido lugar en el Espiritismo; él no podía escapar de la ley común, y debía por naturaleza, prestarse más que otra cosa a diversidad de interpretaciones. Se puede aún decir que bajo este aspecto ha ido más aprisa que las otras ciencias sus primogénitas, que la medicina por ejemplo, que todavía divide a los más grandes sabios.

En el orden metódico, para seguir la marcha progresiva de las ideas, conviene colocar en primer lugar los que se pueden llamar "sistemas de la negación", esto es, los de los adversarios del Espiritismo. Hemos refutado sus objeciones en la introducción y en la conclusión del Libro de los Espíritus, así como en la pequeña obra titulada ¿Qué es el Espiritismo? Sería superfluo repetir lo mismo; nos limitaremos a recordar en dos palabras los motivos en que se fundan.

Los fenómenos espiritistas son de dos clases: los efectos físicos y los efectos inteligentes. No admitiendo la existencia de los Espíritus por la razón de que no admiten nada fuera de la materia, se concibe que niegan los efectos inteligentes. En cuanto a los efectos físicos, los comentan a su punto de vista y sus argumentos pueden resumirse en los cuatro sistemas siguientes:

Sistema del charlatanismo . Entre los antagonistas, muchos atribuyen estos efectos a la superchería, por la razón que algunos han podido imitarse. Esta suposición transformaría a todos los espiritistas en bobalicones y a todos los médiums en forjadores de patrañas, sin considerar la posición, carácter, saber y honradez de las personas. Si mereciera una contestación, diríamos que ciertos fenómenos de la física también se imitan por los prestidigitadores, y que esto no prueba nada contra la verdadera ciencia. Además hay personas cuyo carácter aparta toda sospecha de fraude y es preciso estar desprovisto de toda educación y urbanidad, para atreverse a decirles en su cara que son cómplices de charlatanismo. En un salón muy respetable, un caballero, que se tenía por bien educado, habiéndose permitido una reflexión de esta naturaleza, la señora de la casa le dijo: "Caballero, puesto que no está usted contento, se le volverá a usted el dinero en la puerta"; y con un gesto le hizo comprender lo que debía hacer. ¿Es decir por esto, que jamás haya habido abusos? Sería necesario, para creerlo, admitir que los hombres son perfectos. Se abusa de todo, aún de las cosas más santas: ¿por qué no se abusaría del Espiritismo? Pero el mal uso que se puede hacer de una cosa, no puede prejuzgar nada contra la misma cosa; los informes que puedan tenerse con respecto a la buena fe de las personas están en los motivos que les hacen obrar. Donde no hay especulación, el charlatanismo no tiene nada que hacer.

Sistema de la locura. Algunos, por condescendencia, no quieren sospechar de superchería, pero pretenden que los que no tratan de engañar, lo son ellos mismos: lo que viene a decir que son imbéciles. Cuando los incrédulos ponen en ellos menos formas, dicen simplemente que uno es loco, atribuyéndose así, sin cumplimiento el privilegio del buen sentido. Ahí está el gran argumento de los que no les asiste la razón para oponerse. Por lo demás, esta especie de atacar ha caído en el ridículo por su poca sustancia, y no merece que se pierda el tiempo en refutarlo. Los espiritistas, por otra parte, no se aturden por eso; toman con valor su partido y se consuelan pensando que tienen por compañeros de infortunio bastantes gentes cuyo mérito podría nadie disputar. Es preciso en efecto convenir que esta locura, si la hay, tiene un carácter bien singular, y es que ataca con preferencia a la clase ilustrada, entre la que el Espiritismo cuenta la inmensa mayoría de sus adeptos hasta el presente. Si en el número, se encuentran algunas excentricidades, nada prueban contra la Doctrina que los locos religiosos no prueban contra la religión; los locos melómanos contra la música; los locos matemáticos contra las matemáticas. Todas las ideas han encontrado fanáticos exaltados, y sería menester estar dotado de un juicio bien obtuso para confundir la exageración de la cosa con la misma cosa. Para más amplias explicaciones sobre este objeto nos remitiremos a nuestro librito: ¿Qué es el Espiritismo? al Libro de los Espíritus . (Introducción § XV).

Sistema de la alucinación. Hay otra opinión, menos ofensiva porque tiene un pequeño color científico, que consiste en poner los fenómenos bajo el aspecto de la ilusión de los sentidos; de este modo, el observador sería de muy buena fe; sólo creería ver lo que no ve. Cuando ve levantarse una mesa y mantenerse en el espacio sin punto de apoyo, la mesa no se habría movido del sitio; la ve en el aire por una especie de ilusión óptica, o un efecto de refracción, como la que hace ver un astro, o un objeto en el agua, fuera de su posición real. Esto sería posible en rigor; pero aquellos que han sido testigos de este fenómeno han podido acreditar el aislamiento, pasando bajo la mesa suspendida, lo que sería difícil si no hubiese dejado el suelo. Por otra parte ha acontecido varias veces que la mesa se ha roto cayendo: ¿se dirá también que es un efecto de óptica?

Una causa fisiológica bien conocida puede, sin duda, hacer que se crea ver dar vueltas a una cosa que no se mueve, o que se la crea girar sobre sí misma cuando está inmóvil; ¿pero cuando muchas personas alrededor de una mesa son arrastradas por un movimiento tan rápido que tienen trabajo en seguirla, que algunas son a veces echadas por tierra, se dirá que todas están atacadas de vértigo, como el borracho que cree ver pasar su casa por delante de sus ojos?

Sistema del músculo crujidor. Si esto sucediera con respecto a la vista, no sería lo mismo en cuanto al oído , y cuando se oyen golpes por toda una reunión uno no puede razonablemente atribuirlos a una ilusión. Téngase entendido que hacemos abstracción de toda idea de fraude, y suponemos que una atenta observación ha acreditado que estos fenómenos no se deben a ninguna causa fortuita o material.

Es verdad que un sabio médico ha dado de los mismos una explicación perentoria, según él ([2]). "La causa está, dice, en las contracciones voluntarias o involuntarias del tendón del músculo corto-peroné". Con este objeto entra en detalles anatómicos los más completos para demostrar por qué mecanismo este tendón puede producir estos ruidos, imitar los redobles del tambor, y aún ejecutar aires musicales, sacando en consecuencia que los que creen oír golpes en una mesa son engañados O por una mixtificación o por una ilusión. El hecho no es nuevo en sí mismo; desgraciadamente para el autor de este pretendido descubrimiento, su teoría no puede dar razón de todos los casos. Digamos desde luego que los que gozan de la singular facultad de hacer crujir cuando quieren su músculo corto-peroné o cualquier otro, y tocar aires por este medio, son sujetos excepcionales; mientras que la de hacer golpear las mesas es muy común, y que los que poseen ésta, no gozan todos ni de mucho de la primera. En segundo lugar el sabio doctor ha olvidado explicar cómo el crujido muscular de una persona inmóvil y aislada de la mesa, puede producir en ésta vibraciones sensibles al tacto; cómo este ruido puede reproducirse por voluntad de los asistentes en las diferentes partes de la mesa, en los otros muebles, contra las paredes, en el techo, etc.; cómo, en fin, la acción de este músculo puede extenderse a una mesa que no se toca y hacerla mover. Esta explicación por otra parte, si es que lo fuera, no comprendería más que el fenómeno de los golpes, pero no puede concernir a los otros medios de comunicación. Concluyamos que él ha juzgado sin haber visto, o sin haberlo visto todo, como debe verse. Siempre es sensible que los hombres de ciencia se apresuren a dar sobre lo que no conocen, explicaciones que los hechos pueden desmentir. Su mismo saber debería hacerles tanto más circunspectos en sus juicios, cuanto más lejos están para ellos los límites de lo desconocido.

Sistema de las causas físicas. Aquí salimos del sistema de la negación absoluta. Concediéndose la realidad de los fenómenos, el primer pensamiento que naturalmente vino al espíritu de aquellos que los han reconocido, ha sido el de atribuir los movimientos al magnetismo, a la electricidad, o a la acción de un fluido cualquiera, en una palabra, a una causa enteramente física y material. Esta opinión no tendría nada de irracional, y hubiera prevalecido si el fenómeno se hubiese limitado a efectos puramente mecánicos. Una circunstancia también parece corroborarla; ésta es, en ciertos casos el aumento de la potencia en razón del número de las personas; cada una de ellas podría así ser considerada como uno de los elementos de una pila eléctrica humana. Hemos dicho que lo que caracteriza una teoría verdadera, es el poder dar razón de todo; mas si un solo hecho viene a contradecirla, es que es falsa, incompleta o demasiado absoluta. Pues esto es lo

que no ha tardado en acontecer. Estos movimientos y estos golpes han dado señales inteligentes, obedeciendo a la voluntad y respondiendo al pensamiento; debían, pues, tener una causa inteligente. Desde entonces, que el efecto cesó de ser puramente físico, la causa por esto mismo, debía tener otro origen; así el sistema de la acción "exclusiva" de un agente material ha sido abandonado y no se encuentra sino entre aquellos que juzgan a "priori" y sin haber visto. El punto capital es, pues, el de acreditar la acción inteligente, y esto es lo que puede convencer a cualquiera que se tomara el trabajo de observar.

Sistema del reflejo. Una vez reconocida la acción inteligente, queda por saber cuál es el origen de ésta inteligencia. Se ha pensado que podía ser la del médium o de los asistentes que se reflejaba como la luz o los rayos sonoros. Esto era posible: sólo la experiencia podía decir su última palabra. Mas desde luego, observamos que este sistema se separa ya completamente de la idea puramente materialista; para que la inteligencia de los asistentes pueda reproducirse por la vía indirecta, sería preciso admitir en el hombre un principio fuera del organismo.

Si el pensamiento expresado hubiera siempre sido el de los asistentes, la teoría de la reflexión se hubiera confirmado; ¿pero el fenómeno, aún reducido a esta proporción, no sería acaso del más grande interés? ¿Reflejándose el pensamiento en un cuerpo inerte y traduciéndose por el movimiento y el ruido, no sería una cosa muy notable? ¿No habría motivo para excitar la curiosidad de los sabios? ¿Por qué, pues, le han desdeñado, aquellos que agotan sus fuerzas en la investigación de una fibra nerviosa?

Sólo la experiencia, decimos nosotros, podía dar o dejar de dar la razón a esta teoría, y no se ha dado, porque demuestra a cada instante, y por los hechos más positivos, que el pensamiento expresado, puede ser no sólo extraño al de los asistentes, sino que muchas veces le es enteramente contrario; que viene a contradecir todas las ideas preconcebidas y desbaratar todas las previsiones; en efecto, cuando yo pienso blanco y se me responde negro, me es difícil creer que la respuesta venga de mí. Dicha teoría se apoya en algunos casos de identidad entre el pensamiento expresado y el de los asistentes; ¿pero qué prueba esto, sino que los asistentes pueden pensar como la inteligencia que se comunica? Nadie dice que deben ser siempre de opinión contraria. Cuando en la conversación, el interlocutor emite un pensamiento análogo al vuestro ¿diréis por esto que viene de vosotros? Bastan algunos ejemplos contrarios bien acreditados, para probar que esta teoría no puede ser absoluta. ¿Cómo, por otra parte, explicar que la reflexión del pensamiento, la escritura producida por personas que no saben escribir, las respuestas filosóficas de la mayor elevación obtenidas por personas no literatas, las que se dan a preguntas mentales o en un lenguaje desconocido del médium, y mil otros hechos que no pueden dejar duda sobre la independencia de la inteligencia que se manifiesta? La opinión contraria no puede ser sino el resultado de una falta de observación.

Si la presencia de una inteligencia extraña está probada moralmente por la naturaleza de las contestaciones, lo es materialmente por el hecho de la escritura directa; esto es, de la escritura obtenida espontáneamente, sin pluma ni lápiz, sin contacto, y a pesar de todas las precauciones tomadas para garantizarse de todo subterfugio. El carácter inteligente del fenómeno, no puede ponerse en duda; luego hay otra cosa más que una acción fluídica. Además, la espontaneidad del pensamiento expresado fuera de toda espera, de toda cuestión propuesta, no permite ver en ello un reflejo del de los asistentes.

El sistema del reflejo es bastante desatento en ciertos casos; cuando en una reunión de personas decentes, sobreviene inopinadamente una de estas comunicaciones irritantes por su grosería, sería hacer poco favor a los asistentes el pretender que proviene de alguno de ellos; y es probable que todos se apresurarán a rechazarla. (Véase el Libro de los Espíritus, Introducción § XVI).

Sistema del alma colectiva. Es una variante del precedente. Según este sistema, sólo el alma del médium se manifiesta, pero se identifica con la de muchos otros vivientes presentes o ausentes, y forma un "todo colectivo" reuniendo las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno. Aunque la obrita en que esta teoría se expone se titule "la luz" (*), nos ha parecido de un estilo muy oscuro; confesamos haberla comprendido poco y no hablamos de la misma sino para que se tenga presente. Por otra parte, es, como muchas otras, una opinión individual que ha hecho pocos prosélitos. El nombre de "Emah Tirpsé" es el que toma el autor para designar el ser colectivo que representa. Toma por epígrafe: "nada hay oculto que no deba ser conocido". Esta proposición es evidentemente falsa, porque hay una porción de cosas que el hombre no puede ni debe saber; muy presuntuoso sería el que pretendiese penetrar todos los secretos de Dios.

Sistema de sonambulismo. Este ha tenido más partidarios, y cuenta todavía con algunos. Como el precedente, admite que todas las comunicaciones inteligentes tienen su origen en el alma o Espíritu del médium; pero para explicar su aptitud y tratar de objetos fuera de sus conocimientos, en lugar de suponer en él un alma múltiple, atribuye esta aptitud a una sobrexcitación momentánea de las facultades mentales, a una especie de estado de sonambulismo o de éxtasis que exalta y desenvuelve su inteligencia.

No se puede negar, en ciertos casos, la influencia de esta causa; pero basta haber visto operar a la mayor parte de estos médiums, para convencerse que no puede resolver todos los hechos, y que forma la excepción y no la regla. Se podría creer que es así, si el médium tenía siempre el aspecto de un inspirado o de un extático, apariencia que por otra parte podía simular perfectamente, si quisiera hacer una farsa; ¿pero cómo creer en la inspiración, cuando el médium escribe como una máquina, sin tener la menor conciencia de lo que obtiene, sin la menor emoción, sin ocuparse de lo que hace y mirando a otra parte, riendo y haciendo diferentes cosas? Se concibe la sobrexcitación de las ideas, pero no se comprende que pudiese hacer escribir

al que no sabe, y aún menos cuando las comunicaciones se transmiten por golpes, o con la ayuda de una tablita o de una cestita. Veremos en la continuación de esta obra la parte que es preciso conceder a la influencia de las ideas del médium; pero los hechos en que la inteligencia extraña se revela por señales incontestables, son tan numerosos y tan evidentes, que no pueden dejar ninguna duda. La falta de razón en la mayor parte de los sistemas nacidos en el origen del Espiritismo, es el haber sacado consecuencias generales

de algunos hechos aislados.

Sistema pesimista, diabólico o demoníaco. – Aquí entramos en otro orden de ideas. Estando acreditada la intervención de una inteligencia extraña, se trataba de saber cuál era la naturaleza de esta inteligencia. El medio más sencillo era, sin duda, el preguntárselo; pero ciertas personas no han encontrado en eso una garantía suficiente, y no han querido ver en todas las manifestaciones sino una obra diabólica. Según ellas, sólo los demonios o el diablo pueden comunicarse. Aunque este sistema encuentra poco eco en el día de hoy, no ha dejado de gozar de algún crédito por algunos momentos por el carácter de aquellos que han tratado de hacerle prevalecer. Haremos, sin embargo, observar que los partidarios del sistema demoníaco, no deben estar colocados entre los adversarios del Espiritismo, antes al contrario. Que los seres que se comunican sean

demonios o ángeles, siempre son seres incorpóreos; luego, admitir las manifestación de los demonios, siempre es admitir la posibilidad de comunicar con el mundo invisible, o al menos con una parte de este mundo.

La creencia en la comunicación exclusiva de los demonios, por irracional que sea, podía no parecer imposible cuando se miraba a los Espíritus como seres creados fuera de la humanidad; pero desde que se sabe que los Espíritus no son otra cosa que las almas de aquellos que han vivido, ha perdido todo su prestigio, y se puede decir toda verosimilitud; porque se seguiría que todas estas almas son demonios, aunque fuesen de un padre, de un hijo o de un amigo, y que nosotros mismos muriendo, venimos a ser demonios, doctrina poco lisonjera y poco consoladora para muchas gentes. Será muy difícil persuadir a una madre de que el niño querido que ha perdido, y que viene a darle, después de su muerte, pruebas de su afecto y de su identidad, sea un dependiente de Satanás. Es verdad que entre los Espíritus, los hay muy malos, y que no valen más que aquellos que se llaman "demonios", por una razón bien sencilla: porque hay hombres muy malos, y que la muerte no les hace inmediatamente mejores, la cuestión está en saber si éstos son los únicos que puedan comunicarse. A los que lo crean así, les dirigimos las preguntas siguientes:

1ª. ¿Hay buenos y malos Espíritus?

2ª. ¿Dios es más poderoso que los malos Espíritus, o que los demonios, si así los queréis llamar?

3ª. Afirmar que sólo los malos se comunican, es decir que los buenos no lo pueden; si esto es así, una de dos: esto tiene lugar por la voluntad, o contra la voluntad de Dios. Si es contra su voluntad, es que los malos Espíritus son más poderosos que él; si es por su voluntad, ¿por qué en su bondad, no lo permitiría a los buenos para contrabalancear la influencia de los otros?

4ª. ¿Qué prueba podéis dar de la impotencia de los buenos Espíritus en comunicarse?

5ª. Cuando se nos opone la sabiduría de ciertas comunicaciones, respondéis que el demonio toma todas las apariencias para seducir mejor. Sabemos en efecto, que hay Espíritus hipócritas que dan a su lenguaje un falso barniz de sabiduría; ¿pero admitís acaso que la ignorancia pueda falsificar el verdadero saber, y una mala naturaleza remedar la verdadera virtud, sin dejar penetrar nada que pudiese descubrir el fraude?

6ª. Si el demonio sólo se comunica, puesto que es el enemigo de Dios y de los hombres, ¿por qué recomienda orar a Dios, someterse a su voluntad, sufrir sin murmurar las tribulaciones de la vida, no ambicionar honores ni riquezas, practicar la caridad y todas las máximas de Cristo; en una palabra, hacer todo lo que es necesario para destruir su imperio? Si es el demonio quien da tales consejos, es preciso convenir que tan astuto como es, es bien poco diestro en suministrar armas contra sí mismo. (*).

7ª. Si los Espíritus se comunican, es porque Dios lo permite; viendo buenas y malas comunicaciones, ¿no es más lógico el pensar que Dios permite a unas para probarnos y a otras para aconsejarnos el bien?

8ª. ¿Qué pensaríais de un padre que dejase a su hijo a merced de los ejemplos y consejo perniciosos, que apartase de él, y le prohibiese ver las personas que pudiesen desviarle del mal? Lo que un buen padre no haría, ¿debe creerse que Dios, que es la bondad por excelencia, haga menos que lo que haría un hombre?

9ª. La Iglesia reconoce como auténticas ciertas manifestaciones de la Virgen y otros santos, en apariciones, visiones, comunicaciones orales, etc.; ¿esta creencia no es acaso contraria a la doctrina de la comunicación exclusiva de los demonios?

Creemos que ciertas personas han profesado esta teoría de buena fe; pero también creemos que muchas lo han hecho únicamente con el objeto de que no se ocupasen de estas cosas, a causa de las malas comunicaciones que se exponen a recibir; diciendo que sólo el diablo se manifiesta, han querido asustar, casi como cuando se dice a un niño: no toques esto, porque quema. La intención puede ser laudable, pero el fin es erróneo; porque la sola prohibición excita la curiosidad, y el miedo al diablo retiene a muy pocas gentes: se le quiere ver, aunque no sea sino para saber cómo está hecho, y se quedan admirados de no encontrarlo tan negro como se creían.

¿No se podría ver también otro motivo en esta teoría exclusiva del diablo? Creen algunas gentes que todos los que no son de su opinión van mal; así pues, aquellos que pretenden que todas las comunicaciones son obra del demonio, ¿no estarían acaso dominados por el miedo de que los Espíritus no fuesen de su mismo parecer sobre todos los puntos, principalmente sobre los que tocan a los intereses de este mundo, más que a los del otro? No pudiendo negar los hechos, han querido presentarlos de una manera pavorosa; pero este medio no ha contenido más que los otros. Cuando el miedo al ridículo es impotente, es preciso resignarse que las cosas sigan su curso.

El musulmán que oyera a un Espíritu hablar contra ciertas leyes del Corán, pensaría seguramente que éste era un mal Espíritu; lo mismo sería de un judío por lo que mira a ciertas prácticas de la ley de Moisés. En cuando a los católicos, hemos oído afirmar a uno que el Espíritu que se comunicaba no podía ser si no el "diablo", porque se había permitido pensar de otro modo que él sobre el poder temporal, aunque por otra parte sólo hubiese predicado la caridad, la tolerancia, el amor al prójimo, y la abnegación de las cosas de este mundo, máximas todas enseñadas por Cristo.

Los Espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres, y los hombres no siendo perfectos, resulta de esto que hay Espíritus igualmente imperfectos, y cuyo carácter se refleja en sus comunicaciones. Es un hecho incontestable que los hay malos, astutos, profundamente hipócritas, y contra los cuales es preciso ponerse en guardia; pero, porque haya en el mundo hombres perversos, no es una razón para huir de la sociedad. Dios nos ha dado la razón y el juicio para apreciar a los Espíritus, así como a los hombres. El mejor medio de precaverse contra los inconvenientes que puede presentar la práctica del Espiritismo, no es el prohibirle, sino el hacerle comprender. Un miedo imaginario sólo impresiona un instante y no afecta a todo el mundo; la realidad claramente demostrada se comprende por todos.

Sistema optimista. Al lado de aquellos que no ven en estos fenómenos sino la acción de los demonios hay otros que sólo han visto la de los buenos Espíritus; éstos han querido suponer que el alma estando separada de la materia, ningún velo existía para ella, y que debía tener la soberana ciencia y la soberana sabiduría. Su ciega confianza en esta superioridad absoluta de los seres del mundo invisible, ha sido para muchos el origen de bastantes decepciones y han aprendido a sus costas a desconfiar de ciertos Espíritus así como de ciertos hombres.

Sistema uniespiritista o monoespiritista. Una variedad del sistema optimista, consiste en la creencia de que un solo Espíritu se comunica con los hombres, y que este Espíritu es Cristo, quien es el protector de la Tierra. Cuando se ven comunicaciones de la más baja trivialidad, de una grosería irritante, llenas de malevolencia y de maldad, habría profanación e impiedad en suponer que pudiesen dimanar el Espíritu del bien por excelencia. Además, si aquellos que lo creen no hubiesen tenido jamás sino comunicaciones irreprochables, se concebiría su ilusión; pero la mayor parte conviene en haberlas tenido muy malas, lo que explican diciendo, que es una prueba que el buen Espíritu les hace sufrir, dictándoles cosas absurdas; de este modo, mientras los unos atribuyen todas las comunicaciones al diablo, quien puede decir cosas buenas para tentar, otros creen que sólo Jesús se manifiesta, y que puede decir cosas malas para probar. Entre estas dos opiniones tan inversas, ¿quién fallará? El buen sentido y la experiencia.

Decimos la experiencia, porque es imposible que los que profesan ideas tan exclusivas lo hayan visto todo como debe verse. Cuando se les oponen los hechos de identidad que atestiguan la presencia de parientes, amigos o conocidos por las manifestaciones escritas, visuales u otras, responden que es siempre el mismo Espíritu, el diablo según los unos, Cristo según los otros, que toma todas las formas; pero no nos dicen por qué no pueden comunicarse los otros Espíritus, ni con qué objeto el Espíritu de verdad vendrá a engañarnos presentándose bajo falsas apariencias, a burlarse de una pobre madre, haciéndole creer mintiendo, que él es el hijo por quien llora. La razón rehúsa admitir que el Espíritu Santo se rebaje, ejecutando semejante comedia. Por otra parte, negar la posibilidad de cualquiera otra comunicación, ¿no es quitar al Espiritismo lo que tiene de más dulce: el consuelo de los afligidos? Digamos sencillamente que dicho sistema es irracional, y no puede sostener un examen severo.

Sistema multiespiritista o poliespiritista. Todos los sistemas que hemos examinado, sin exceptuar los que son en sentido negativo, se apoyan en algunas observaciones, pero incompletas o mal interpretadas. Si una casa es de color encarnado por un lado, y blanca de otro, aquel que no la haya visto sino de un lado afirmará que es encarnada, el otro dirá que es blanca: los dos se engañarán y tendrán razón; pero el que haya visto la cosa por ambos lados dirá que es encarnada y blanca, y sólo él estará en lo verdadero. Lo mismo sucede en cuanto a la opinión que se forma del Espiritismo: puede ser verdadera bajo ciertos aspectos, y falsa si se generaliza lo que es sólo parcial, si se toma por regla lo que es sólo la excepción, por el todo lo que no es sino la parte. Por esto decimos que el que quiera estudiar seriamente esta ciencia, debe ver mucho y largo tiempo; sólo el tiempo le permitirá coger los detalles, observar los matices delicados, notar una multitud de hechos característicos que serán para él rayos de luz; pero si se detiene en la superficie, se expone a formar un juicio prematuro, y por consiguiente erróneo. He aquí las consecuencias generales que se han deducido de una observación completa, y que forman ahora la creencia, se puede decir, de la universidad de los espiritistas, porque los sistemas restrictivos sólo son opiniones aisladas.

1.º Los fenómenos espiritistas se producen por inteligencias extra-corporales, o sea por los Espíritus.

2.º Los Espíritus constituyen el mundo invisible; están por todas partes; cubren los espacios hasta lo infinito, los hay sin cesar alrededor nuestro, con los cuales estamos en contacto.

3º Los Espíritus reaccionan incesantemente sobre el mundo físico y sobre el mundo moral, y son una de las potencias de la Naturaleza.

4º Los Espíritus no son seres aparte en la creación; son las almas de aquellos que han vivido sobre la Tierra o en otros mundos, y que han dejado su envoltura corporal; de donde se sigue que las almas de los hombres son Espíritus encarnados, y que muriendo venimos a ser Espíritus.

5º Hay Espíritus de todos los grados de bondad y de malicia, de saber y de ignorancia.

6º Todos están sometidos a la ley del progreso, y todos pueden llegar a la perfección; pero como tienen su libre albedrío, llegan en un tiempo más o menos largo, según sus esfuerzos y su voluntad.

7º Son dichosos o desgraciados, según el bien o el mal que han hecho durante su vida, y el grado de adelantado a que han llegado. La dicha perfecta y sin mezcla sólo pertenece a los Espíritus que llegan al supremo grado de perfección.

8º Todos los Espíritus, en circunstancias dadas, pueden manifestarse a los hombres; el número de los que pueden comunicarse es indefinido.

9º Los Espíritus se comunican por el intermediario de médiums, que les sirven de instrumentos y de intérpretes.

10º Se reconoce la superioridad o inferioridad de los Espíritus en su lenguaje: los buenos sólo aconsejan el bien y no dicen sino cosas buenas: todo atestigua en ellos la elevación; los malos engañan y todas sus palabras llevan el sello de la imperfección y de la ignorancia.

Los diferentes grados que recorren los Espíritus están indicados en la Escala Espiritista (Libro de los Espíritus, lib. II, cap. I, n.º 100). El estudio de esta clasificación es indispensable para apreciar la naturaleza de los Espíritus que se manifiestan, sus buenas y malas cualidades.

Sistema del alma material . Consiste únicamente en una opinión particular sobre la naturaleza íntima del alma. Según esta opinión, el alma y el periespíritu no serían dos cosas distintas o, por mejor decir, el periespíritu no sería otro que la misma alma, depurándose gradualmente por las diversas transmigraciones, como el alcohol se depura por las diversas destilaciones, mientras que la Doctrina Espiritista no considera al periespíritu sino como la envoltura fluídica del alma o del Espíritu. Siendo el periespíritu una materia, aunque muy etérea, el alma sería de este modo de una naturaleza material más o menos esencial, según el grado de su depuración. Este sistema no invalida ninguno de los principios fundamentales de la Doctrina Espiritista, porque nada cambia el destino del alma; las condiciones de su felicidad futura son siempre las mismas; el alma y el periespíritu forman un todo, bajo el nombre de Espíritu, como el germen y el perispermo lo forman bajo el nombre de fruto; toda la cuestión se reduce a considerar el todo como homogéneo en lugar de formarse de dos partes distintas.

Como se ve, de eso no se deduce ninguna consecuencia, y no hubiéramos hablado de ello si no hubiésemos encontrado personas inclinadas a ver una nueva escuela en lo que en definitiva sólo es una simple interpretación de palabras. Esta opinión, muy restringida por cierto, aunque fuese más general, no constituiría una escisión entre los espiritistas, así como las dos teorías de la emisión o de las ondulaciones no la constituyen entre los físicos. Los que quisieran formar partido separado por una cuestión tan pueril, probarían, por lo mismo, que dan más importancia a lo accesorio que a lo principal, y que están conducidos a la desunión por Espíritus que no pueden ser buenos, porque los buenos jamás aconsejan la acritud y la cizaña; por esto invitamos a todos los verdaderos espiritistas a ponerse en guardia contra semejantes sugestiones, y a no dar a ciertos detalles más importancia que la que merecen; lo esencial está en el fondo.

Creemos, sin embargo, deber decir en pocas palabras, en qué se apoya la opinión de aquellos que consideran el alma y el periespíritu como dos cosas distintas. Se funda en la enseñanza de los Espíritus, que jamás han variado sobre el particular; hablamos de los Espíritus ilustrados, porque entre ellos los hay que no saben ni más ni menos que los hombres, mientras que la teoría contraria es una concepción humana. Nosotros no hemos inventado ni supuesto el periespíritu para explicar los fenómenos; su existencia se nos ha revelado por los Espíritus, y la observación nos la ha confirmado (Libro de los Espíritus, número 93). Se apoya además sobre el estudio de las sensaciones entre los Espíritus (Libro de los Espíritus, número 257) y sobre todo en el fenómeno de las apariciones tangibles, que implicaría, según la otra opinión, la solidificación y desagregación de las partes que constituyen el alma, y por consecuencia su desorganización. Sería menester también admitir que esta materia que puede hacerse sensible a los sentidos, es, por sí misma, el principio inteligente, lo que no es más racional que confundir el cuerpo con el alma, o el vestido con el cuerpo. En cuanto a la naturaleza íntima del alma, nos es desconocida. Cuando se dice que es "inmaterial" es preciso entenderlo en el sentido relativo y no absoluto, porque la inmaterialidad absoluta sería la nada; luego el alma o el Espíritu es alguna cosa; se quiere decir que su esencia es de tal modo superior que no tiene ninguna analogía con lo que nosotros llamamos materia y que así para nosotros es inmaterial. (Libro de los Espíritus, números 23 y 82).

He aquí la respuesta que sobre este asunto dio un Espíritu: "Lo que los unos llaman 'periespíritu' no es otra cosa que lo que los otros llaman envoltura material fluídica. Diré, para hacerme comprender de una manera más lógica, que este fluido es la perfectibilidad de los sentidos, la extensión de la vista y de las ideas: hablo de los Espíritus elevados. En cuanto a los Espíritus inferiores, los fluidos terrestres están todavía completamente inherentes a ellos, pues es materia como veis; de ahí los sufrimientos del hambre, del frío, etc., sufrimiento que no pueden padecer los Espíritus superiores, atendido a que los fluidos terrestres están depurados alrededor del pensamiento, es decir, del alma. El alma, para su progreso, tiene siempre necesidad de un agente; el alma sin agente es nada para vosotros o, por mejor decir, no la podéis concebir. El periespíritu para nosotros, Espíritus errantes, es el agente por el cual nos comunicamos con vosotros, ya sea indirectamente por vuestro cuerpo o vuestro periespíritu, o directamente con vuestra alma; de ahí la infinita variedad de médiums y de comunicaciones. Queda ahora el punto de vista científico esto es, la esencia misma del periespíritu; este es otro asunto. Primero comprended moralmente y sólo quedará una discusión sobre la naturaleza de los fluidos, lo que es inexplicable por ahora; la ciencia no conoce bastante, pero lo conseguiremos si ésta quiere marchar con el Espiritismo. El periespíritu puede variar y cambiar hasta lo infinito; el alma es el pensamiento; no cambia de naturaleza; bajo este aspecto no vayáis más lejos, es un punto que no puede explicarse. ¿Creéis, acaso, que yo no busco como vosotros? Vosotros buscáis el periespíritu: nosotros ahora buscamos el alma. Esperad, pues. – LAMENNAIS."

Pues si los Espíritus que pueden considerarse como avanzados no han podido aún sondear la naturaleza del alma, ¿cómo podríamos hacerlo nosotros mismos? Es, pues, perder el tiempo el querer escudriñar el principio de las cosas, que así como hemos dicho en el Libro de los Espíritus (números 17 y 49) está en los secretos de Dios.

Pretender ojear con ayuda del Espiritismo lo que aún no es competencia de la humanidad, es separarle de su verdadero objeto; es hacer como el niño que quisiera saber tanto como el viejo. Que el hombre haga servir el Espiritismo para su mejoramiento moral, es lo esencial; lo demás es sólo una curiosidad estéril y muchas veces orgullosa, cuya satisfacción no le hará hacer ningún paso, el sólo medio de avanzar es volverse mejor. Los Espíritus que han dictado el Libro que lleva su nombre, han probado su sabiduría encerrándose, por lo que concierne al principio de las cosas, en los límites que Dios no permite penetrar, dejando a los Espíritus sistemáticos y presuntuosos la responsabilidad de las teorías anticipadas y erróneas, más seductoras que sólidas, y que caerán un día ante la razón como tantas otras salidas de los cerebros humanos. Sólo han dicho precisamente lo necesario para hacer comprender al hombre el porvenir que le espera, y por lo mismo animarle al bien. (Véase continuación, 2ª parte, cap. 1º Acción de los Espíritus sobre la materia).

SEGUNDA PARTE DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

CAPÍTULO PRIMERO

ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS SOBRE LA MATERIA

Separada la opinión materialista, como condenada a la vez por la razón y por los hechos, todo se reduce a saber si el alma después de la muerte puede manifestarse a los vivos. La cuestión, reducida de este modo a la más simple expresión, se encuentra singularmente despejada. Se podría preguntar, desde luego, por qué seres inteligentes que en cierto modo viven en nuestro centro, aunque invisibles por su naturaleza, no podrían atestiguar su presencia de una manera cualquiera. La simple razón dice que para esto no hay nada absolutamente imposible, y esto es ya alguna cosa. Esta creencia tiene, por otra parte, el asentimiento de todos los pueblos, porque se la encuentra por todas partes y en todas las épocas; luego una intuición no podría ser tan general, ni sobrevivir a los tiempos sin apoyarse en alguna cosa. Está, además, sancionada por el testimonio de los libros sagrados y de los padres de la Iglesia, y ha sido menester el escepticismo y el materialismo de nuestro siglo para relegarla entre las ideas supersticiosas; si estamos en el error, estas autoridades lo están igualmente.

Pero esto sólo son consideraciones morales; una causa, sobre todo, ha contribuido a fortificar la duda en una época tan positiva como la nuestra, en que se procura darse cuenta de todo, en que se quiere saber el por qué y el cómo de cada cosa, y consiste en la ignorancia de la naturaleza de los Espíritus y de los medios por los cuales pueden manifestarse. Adquirido este conocimiento, el hecho de las manifestaciones nada tiene de sorprendente y entra en el orden de los hechos naturales.

La idea que uno se forma de los Espíritus hace a primera vista incomprensible el fenómeno de las manifestaciones. Estas manifestaciones no pueden tener lugar sino por la acción del Espíritu sobre la materia; por esto los que creen que el Espíritu es la ausencia de toda materia, se preguntan, con alguna apariencia de razón, cómo puede obrar materialmente. Pero ahí está el error, porque el Espíritu no es una abstracción: es un ser definido, limitado y circunscrito. El Espíritu encarnado en el cuerpo, constituye el alma; cuando lo deja a la muerte, no sale despojado de toda envoltura. Todos los Espíritus nos dicen que conservan la forma humana, y en efecto, cuando se nos aparecen es bajo la que nosotros les conocíamos.

Observémosle atentamente en el momento en que acaban de dejar la vida; están en un estado de turbación; todo está confuso a su alrededor; ven su cuerpo sano o mutilado según el género de muerte; por otra parte se ven y se sienten vivir; alguna cosa les dice que este cuerpo les pertenece y no comprenden que estén separados de él. Continúan viéndose bajo su forma primitiva, y esta visión produce en algunos, durante cierto tiempo, una singular ilusión: la de creerse aún vivos: les falta la experiencia de su nuevo estado para convencerse de la realidad. Disipado este primer momento de turbación, el cuerpo viene a ser para ellos un vestido viejo, del cual se han despojado, y que no lo echan de menos; se sienten más ligeros y como desembarazados de un peso; no experimentan ya dolores físicos, y son muy felices en poder elevarse, recorrer el espacio así como lo hacían diferentes veces, viviendo en sueños (*). Sin embargo, a pesar de la ausencia del cuerpo, acreditan su personalidad; tienen una forma, pero una forma que no les molesta ni les embaraza; ellos, en fin, tienen la conciencia de su "Yo" y de su individualidad. ¿Qué debemos deducir de todo esto? Que el alma no lo deja todo en la tumba, y que algo se lleva consigo.

Numerosas observaciones y hechos irrecusables de que tendremos que hablar más tarde nos han conducido a esta consecuencia, a saber que en el hombre hay tres cosas: 1ª el alma o Espíritu, principio inteligente en quien reside el sentido moral; 2ª el cuerpo, envoltura grosera, material, de la que está temporalmente revestido para el cumplimiento de ciertas miras providenciales; y 3ª el periespíritu, envoltura fluídica semi-material, sirviendo de lazo entre el alma y el cuerpo.

La muerte es la destrucción o, mejor, la desagregación de la envoltura grosera, de aquella que el alma abandona; la otra se separa y sigue al alma, que se encuentra de esta manera tener siempre una envoltura; esta última, bien que fluídica, etérea, vaporosa, invisible para nosotros en su estado normal, no por eso deja de ser materia, aunque hasta ahora no hayamos podido cogerla y someterla al análisis.

Esta segunda envoltura del alma o "periespírítu existe", pues, durante la vida corporal; es el intermediario de todas las sensaciones que percibe el Espíritu, aquel por el cual el Espíritu transmite su voluntad al exterior y obra sobre los órganos. Para servirnos de una comparación material, es el hilo eléctrico conductor que sirve a la recepción y a la transmisión del pensamiento; es, en fin, ese agente misterioso que no puede cogerse, designado con el nombre de fluido nervioso, que tan gran papel juega en la economía, y del que no se tiene bastante cuenta en los fenómenos fisiológicos y patológicos. No considerando la medicina sino el elemento material ponderable, se priva en la apreciación de los hechos de una causa incesante de acción. Pero no es este el lugar de examinar esta cuestión; haremos solamente observar que el conocimiento del periespíritu es la llave de una porción de problemas hasta ahora inexplicables.

El periespíritu no es una de esas hipótesis a las cuales se ha recurrido algunas veces en la Ciencia para la explicación de un hecho; su existencia no solamente es revelada por los Espíritus, sino que es un resultado de observaciones, como tendremos ocasión de demostrarlo. Por el momento y para no anticiparnos sobre los hechos que tenemos que relatar, nos limitaremos a decir que sea durante su unión con el cuerpo, sea después de su separación, el alma no está nunca separada de su periespíritu.

55. Se ha dicho que el Espíritu es una llama, una chispa: ésta debe entenderse del Espíritu propiamente dicho, como principio intelectual y moral, y al cual no se podría atribuir una forma determinada; pero en cualquier grado que se encuentre, está siempre revestido de una envoltura o periespíritu cuya naturaleza se va haciendo más etérea a medida que se purifica y se eleva en la jerarquía; de tal suerte, que para nosotros la idea de forma es inseparable de la de espíritu, y que no concebimos la una sin la otra. El periespíritu forma, pues, parte integrante del hombre; pero el periespíritu solo no es el Espíritu como el cuerpo solo no es el hombre, porque el periespíritu no piensa; es al Espíritu lo que el cuerpo es al hombre; esto es, el agente o instrumento de su acción.

La forma del periespíritu es la forma humana y cuando nos aparece es generalmente aquella bajo la cual hemos conocido al Espíritu en su vida. Se podría creer, según esto, que el periespíritu, separado de todas las partes del cuerpo, se amolda de algún modo sobre él y conserva su tipo, pero no parece que sea así. La forma humana, con algunas diferencias de detalle y salvo las modificaciones orgánicas necesarias para el centro en el cual el ser está llamado a vivir, se encuentra en los habitantes de todos los globos; al menos ésto es lo que dicen los Espíritus; es igualmente la forma de todos los Espíritus no encarnados y que no tienen más que el periespíritu; es aquella bajo la que en todo tiempo se han representado los ángeles o Espíritus puros; de donde debemos deducir que la forma humana es la forma tipo de todos los seres humanos a cualquier grado que pertenezcan. Pero la materia sutil del periespíritu no tiene la tenacidad ni la rigidez de la materia compacta del cuerpo; es, si podemos expresarnos así, flexible y expansible por esto la forma que toma, aunque calcada sobre la del cuerpo, no es absoluta; se pliega a voluntad del Espíritu, quien puede darle tal o

cual apariencia a su gusto, mientras que la envoltura sólida le ofrece una resistencia insuperable Desembarazado de esa traba que le comprimía e periespíritu se extiende o se estrecha, se transforma, en una palabra, se presta a todas las metamorfosis, según la voluntad que obra sobre él. A consecuencia de esta propiedad de su envoltura fluídica, es como el Espíritu que quiere hacerse reconocer, puede, cuando esto es necesario, tomar la exacta apariencia que tenía en su vida, hasta la de los accidentes corporales que pueden ser signos de reconocimiento.

Los Espíritus, como se ve, son, pues, seres semejantes a nosotros, formando a nuestro alrededor toda una población invisible en el estado normal; decimos en el estado normal porque, como lo veremos, esta invisibilidad no es absoluta.

Volvamos a la naturaleza del periespíritu, porque esto es esencial para la explicación que vamos a dar. Hemos dicho que, aunque fluídica, no deja de ser una especie de materia, y esto resulta del hecho de las apariciones tangibles, sobre las cuales volveremos a tratar. Se ha visto, bajo la influencia de ciertos médiums, aparecer manos teniendo todas las propiedades de manos vivientes que tienen calor, que se pueden tocar, que ofrecen la resistencia de un cuerpo sólido que os agarran, y que de repente se desvanecen como una sombra. La acción inteligente de estas manos, que obedecen evidentemente a una voluntad, ejecutando ciertos movimientos, aun tocando aires sobre un instrumento prueba que son la parte visible de un ser inteligente insivible.

Su tangibilidad, su temperatura, en una palabra, la impresión que hacen sobre los sentidos, puesto que se ha visto que han dejado señales sobre la piel, dar golpes dolorosos o acariciar delicadamente prueban que son de alguna materia. Su desaparición instantánea prueba también que esta materia es eminentemente sutil y se modifica como ciertas sustancias que pueden alternativamente pasar del estado sólido al estado fluídico y recíprocamente.

La naturaleza íntima del Espíritu propiamente dicho, esto es, del ser pensador, no es enteramente desconocida; no se revela a nosotros sino por sus actos, y sus actos no pueden afectar a nuestros sentidos materiales sino por un intermediario material. El Espíritu tiene, pues, necesidad de materia para obrar sobre la materia. Tiene por instrumento directo su periespíritu, como el hombre tiene su cuerpo, pues su periespíritu es materia, como acabamos de verlo. Tiene en seguida por agente intermediario el fluido universal, especie de vehículo sobre el cual obra, como nosotros obramos sobre el aire para producir ciertos efectos con ayuda de la dilatación, de la compresión, de la propulsión o de las vibraciones.

Considerada de esta manera la acción del Espíritu sobre la materia, se concibe fácilmente; se comprende desde luego que todos los efectos que de esto resultan entran en el orden de los hechos naturales, y no tienen nada de maravilloso. Sólo han parecido sobrenaturales, porque no se conocía la causa; conocida ésta lo maravilloso desaparece y esta causa está toda entera en las propiedades semimateriales del periespíritu. Este es un nuevo orden de hechos que una nueva ley viene a explicar, y de la cual nadie se maravillará dentro algún tiempo, lo mismo que sucede hoy día con la correspondencia a larga distancia en algunos minutos por la electricidad.

Quizá nos preguntarán cómo el Espíritu, con la ayuda de una materia tan sutil, puede obrar sobre cuerpos pesados y compactos, levantar mesas, etcétera. Seguramente no sería un hombre de ciencia quien pudiera hacer semejante objeción; porque sin hablar de las propiedades desconocidas que puede tener este nuevo agente, ¿no tenemos nosotros bajo nuestros ojos ejemplos análogos? ¿Acaso la industria no encuentra sus más poderosos motores en los gases más rarificados y en los fluidos imponderables? Cuando se ve que el aire derriba los edificios, que el vapor arrastra masas enormes, que la pólvora gasificada levanta las rocas, que la electricidad rompe los árboles y agujerea las murallas, ¿es extraño admitir que el Espíritu, con ayuda de su periespíritu, pueda levantar una mesa, cuando sobre todo se sabe que este periespíritu puede venir a ser visible, tangible y obrar como un cuerpo sólido?

CAPÍTULO II MANIFESTACIONES FÍSICAS – MESAS GIRATORIAS

Se da el nombre de manifestaciones físicas a las que se traducen por efectos sensibles, tales como los ruidos, el movimiento y la traslación de los cuerpos sólidos.

Los unos son espontáneos, esto es, independientes de toda voluntad; los otros pueden ser provocados. Primero hablaremos de estos últimos.

El efecto más sencillo, y uno de los primeros que se han observado, consiste en el movimiento circular impreso a una mesa. Este efecto se produce igualmente con todos los objetos; pero habiéndose practicado más con la mesa esta clase de ejercicios, porque era el más cómodo, el nombre de "mesas giratorias" ha prevalecido para designar esta clase de fenómenos.

Cuando decimos que este efecto es uno de los primeros que se han observado, nos referimos a estos últimos tiempos, porque se sabe que todos los géneros de manifestaciones han sido conocidos desde los tiempos más remotos, y no puede ser de otra manera; pues que siendo efectos naturales, han debido producirse en todas épocas.

Tertuliano habla en términos explícitos de las mesas giratorias y parlantes.

Este fenómeno, durante algún tiempo, ha alimentado la curiosidad de los salones; después se ha dejado por otras distracciones porque no era más que un objeto de distracción. Dos causa han contribuido al abandono de las mesas giratorias: la moda para las gentes frívolas que raramente consagran dos inviernos a la misma diversión, siendo prodigioso el que hayan empleado en este tres o cuatro. Para las gentes graves y observadoras ha salido de ella alguna cosa seria que ha prevalecido; si abandonaron las mesas giratorias fue para ocuparse de las consecuencias mucho más importantes en sus resultados: han dejado el alfabeto por la ciencia; he aquí todo el secreto de este abandono aparente que tanta algazara ha movido entre los burlones.

Sea de ello lo que quiera, las mesas giratorias no dejan de ser el punto de partida de la Doctrina Espiritista, y bajo este título les debemos algún desarrollo, tanto más que presentando los fenómenos en su mayor sencillez, el estudio de las causas será mucho más fácil, y una vez establecida la teoría, nos dará la llave de los efectos más complicados.

Para la producción del fenómeno es necesaria la intervención de una o muchas personas dotadas de una aptitud especial que se designan bajo el nombre de "médiums." El número de los que cooperan es indiferente, no ser que en la cantidad puedan encontrarse algunos médiums desconocidos. En cuanto a aquellos cuya mediumnidad es nula, su presencia es de ningún resultado y aún más dañosa que útil, por la disposición de espíritu que traen muchas veces.

Los médiums poseen, bajo este aspecto, un poder más o menos grande, y producen, por consecuencia, efectos más o menos pronunciados; muchas veces una persona, médium poderoso, producirá por si sola mucho más que otras veinte reunidas; le bastará colocar las manos sobre la mesa para que al instante se mueva, se levante, se caiga, dé saltitos o gire con violencia.

62. No hay ningún indicio de la facultad medianímica; la experiencia sólo puede hacerla conocer. Cuando en una reunión se quiere ensayar, es preciso sentarse simplemente alrededor de una mesa y colocar las manos extendidas encima, sin presión ni contracción muscular. Al principio, como se ignoraban las causas del fenómeno, se indicaron muchas precauciones, reconocidas después absolutamente inútiles; tal es, por ejemplo, la alternativa de los sexos, y también el contacto de los dedos pequeños de las diferentes personas, formando una especie de cadena no interrumpida. Esta última precaución había parecido necesaria cuando se creía en la acción de una especie de corriente eléctrica; después la experiencia ha demostrado su inutilidad. La sola prescripción rigurosamente obligatoria es el recogimiento, un silencio absoluto, y sobre todo la paciencia, si el efecto se hace esperar. Puede ser que se produzca en algunos minutos, como puede tardar media hora o una; esto depende de la potencia medianímica de los cooperantes.

Decimos, además, que la forma de la mesa, la sustancia de que está hecha, la presencia de los metales, de la seda, de los vestidos, de los asistentes, los días, las horas, la oscuridad o la luz, etc., son tan indiferentes como la lluvia o el buen tiempo. Solo el volumen de la mesa es de alguna importancia, pero únicamente en el caso de que la potencia medianímica fuese insuficiente para vencer la resistencia; en caso contrario una sola persona aun un niño puede hacer levantar una mesa de cien kilogramos, mientras que con condiciones menos favorables, doce personas no harían mover el más pequeño velador.

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